25 abr 2007

LAS CASAS - 2

En el zaguán está a veces el artesón del vino, una especie de estanque construido adosado a una pared. Está tapado todo el año con un gran tablero sobre el que colocan las albardas, excepto los pocos días que dura la vendimia. Entonces colo­can encima un artefacto que llaman baranda, una especie de red sujeta con un marco de madera, sobre la que se echan los racimos de uva y se frotan contra ella. Encima quedan las escobillas, las uvas, aplastadas caen al fondo del artesón, desde donde se llevan a las tinajas.
Completa el zaguán el gallinero y la zahúrda, aunque cada vez se van usando menos, pues se prefiere llevar el ganado al campo o a los casillos que son unas casitas dedicadas exclu­sivamente a las bestias.
Echamos a andar escaleras arriba. Hay que dar una voz al ama, pues sería de mal efecto seguir adelante sigilosamente. Se llama por su nombre al dueño o a la dueña. Si es forastero y no sabe el nombre, se dice simplemente «Ama». Cuando responden «Quien» se puede seguir adelante. Mientras se sube por la escalera se dice: «Ave María Purísima» a lo que responde el de la casa: «Sin pecado concebida» y se llega a la cocina.
La cocina no es solamente el lugar donde se guisa. Es el centro de la casa, es el hogar. En la lumbrera, una losa de piedra o unos baldosónos con un marco de madera, en el sue­lo, arde el fuego. Gruesos troncos de roble, pino o castaño. Quizá de olivo, procedente de los desmoches, o bien el tallo de la mata del tabaco. La pina y la tea (unas teas que arran­can los resineros de la herida de los pinos para que sigan sangrando) se utilizan como combustible de urgencia, por si hay que hacer un frito o caldear rápidamente agua o un guiso previamente cocido. También se emplean como intermedio para iniciar la combustión de los gruesos troncos o ramos.
A un lado de la lumbrera está el banco o escaño, donde se sientan las visitas a las que se cede el sitio de honor, mientras el resto de la familia se coloca en sillas alrededor del fuego. El banco es fácilmente transformable en cama. No hay más que quitar una tabla del respaldo, que se saca fácilmente tirando de ella hacia arriba, pues está embutida entre dos ranuras que la sujetan por los extremos, y se coloca en el borde del asiento, embutiéndola también entre dos ranuras. Lo que era asiento queda convertido en una especie de cuna, pues es cama estrecha y hay que prevenir la caída en el caso de que el durmiente se diera media vuelta en estado somnoliento. Entonces se coloca sobre el escaño el cabezal, donde duerme en el verano el gañán contratado para la temporada, o algún huésped circunstancial.
Cama dura, a pesar del cabezal o colchoneta. No solo ésta es dura. Aún quedan, aun cuando ya van siendo piezas de ar­queología unas camas antiguas constituidas por dos bancos entre los que se colocan una serie de tablas. Antes de que se extingan todas las camas de este sencillo tipo, barridas por las modernas de somier metálico, sería tal vez conveniente recoger un ejemplar para algún museo del mueble, junto con la plancha de corcho al pie haciendo las veces de alfombra. En estos lechos durmieron en un tiempo los grandes seño­res y los reyes. Los juglares los cantaban en los epitalamios imaginando que los bancos eran de oro y las tablas de plata fina.

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